Cuando eres un niño, todo se magnifica. Una vara de mimbrera es la lanza de un caballero andante para luchar contra los gigantes molinos. O una rama seca de chopo se convierte en la espada de un príncipe de brillante armadura.
Esa edad en la que un pequeño arroyo parece el río Tajo infranqueable para esas cortas piernas.
Pero afortunadamente siempre hay algun puente para cruzarlo, puente que hay que defender con lanzas y espadas par que el enemigo no lo conquiste, no consiga bajar la compuerta que deje si agua a tus súbditos y seque el río.
Hoy en ese campo de batalla hay un fantástico jardín, con sus bancos, aparatos de gimnasia… No puedo imaginar si todo eso hubiera estado hace 30 años, el juego que habría dado a nuestras guerras.
Lo que sigue estando es aquel «puente» con su compuerta y además hoy, una estupenda novela esperando a ser tuya.
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